jueves, 14 de marzo de 2013

Ser cofrade



No hace mucho, un conocido me contaba que debía ir por su pueblo para asistir a una reunión de componentes de cierta cofradía. Me extrañó, pues no sabía que tenía intereses cofrades, y le interpelé al respecto; a lo que me respondió que sí, que a él no le motivaba demasiado el mundo cofrade, pero que la hermandad a la que pertenecía era a la que había estado apuntada toda su familia desde hacía muchísimos años. Tal es así que las generaciones se van pasando el título de cofrades de padres a hijos y resulta una pérdida irreparable no continuar con esta tradición. La persona de quien hablo dejó el pueblo hace tiempo y no posee allí propiedades ni familiares cercanos, pero acude regularmente cuando llega la semana santa para renovar sus votos cofrades e incluso participar en determinadas actividades. Él espera que sus hijos sigan el mismo camino.
              Ahora es muy común inscribirse en una hermandad por motivos de lo más dispares: porque están mis amigos, porque llevan capa, porque se recoge temprano o por estar cerca de mi casa. El problema viene cuando no se encuentra una base más sólida para estar en una entidad religiosa como es una cofradía y, consecuentemente, a los pocos años llegan las bajas, por razones igual de caprichosas: porque ahora tengo otros amigos, han cambiado las túnicas, porque les han atrasado el horario o porque me he mudado de casa. Esto provoca en las juntas de gobierno un gran temor a realizar cualquier cambio que pueda afectar a los miembros de las hermandades, pues saben perfectamente que, a la más mínima, el “hermano” se da de baja y, claro, una baja masiva supone cargarse el presupuesto para todo un año, aparte del desprestigio que ello supone.
              Quisiera que fuésemos capaces de reflexionar en torno a nuestra razón de estar en la Hermandad, de ser hermanos, y plantearnos que esto no debe ser una moda para salir unas cuantas veces de nazareno o de costalero, sino que la cofradía y sus titulares han de estar siempre cerca de nuestro corazón, presente a largo plazo y, si fuera posible, como un título más en la vida de una persona: “Licenciado en…, trabaja en… y… de la Hermandad de ...”. Pensemos que tal vez, como en el ejemplo que expuse, lo que queda no es una herencia material de unos euros o alguna propiedad; sino que lo que permanece inmutable es una costumbre, una tradición, un sentimiento.

1 comentario:

  1. O se está o no se está, entiendo yo, que no soy cofrade. No se puede estar a medias o estar a veces o estar por motivos ligeros. Los de peso deben ser los mismos que hacen que alguien sea feligrés, creyente, cristiano sin adjetivos que adornen la filiación religiosa. No entrando en matices, Rafa, que no puedo, como bien sabes, te entiendo muy bien. Desde afuera, en la distancia, se entienden estas cosas (tal vez) más nítidamente que vistas desde adentro. Y no debe ser lo mismo ser de una Peña de Dominó (a ver, eso es lo primero que he pensado) que hermano de una cofradía. Será que, más que lo estrictamente devocional, manda lo estrafalariamente folclórico. Y eso, a quienes lo vivís, os duele. Cómo no. A mí me dolería.

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